martes, 28 de julio de 2009
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Se reproducen aquí mis colaboraciones escritas en Diario de Colima, desde 2004.
La semana pasada, la revista etcétera publicó una carta que duró 13 años guardada y que dirigió Carlos Castillo Peraza, en ese entonces presidente saliente del CEN del PAN, a su sucesor en el cargo, Felipe Calderón, esa carta está fechada el 8 de mayo de 1996, y la publicó el periódico Excelsior, el pasado 23 de julio de 2009.
Carlos Castillo Peraza nació en 1947 y falleció en Alemania en el año 2000, presidió el CEN del PAN en 1993 y llevó como secretario general de su comité a Felipe Calderón, quien siempre reconoció a Castillo Peraza como su mentor político.
Calderón asumió la dirigencia nacional del PAN en marzo de 1996, dos meses después, Castillo Peraza se fue a Alemania donde falleció, no sin antes haber renunciado a su militancia panista y romper políticamente con Calderón, con quien ya nunca se reencontró.
El texto de la carta es el siguiente:
“México, D.F., 8 de mayo de 1996”
“Querido Felipe:”
“Para mí es mucho más sencillo expresarme por escrito. Por eso lo haré así, poco antes de ausentarme por unos 22 días, lo que nos dará al uno y al otro tiempo para pensar en lo escrito y en lo -espero- leído”.
“Me preocupó sobremanera un par de expresiones utilizadas por ti durante nuestra más reciente conversación en tu oficina provisional. La primera fue: “Si no me meto, no me hacen caso”; la segunda: “No he encontrado mi alter ego”.
“Creo que las realidades que expresan esas dos frases tuyas están emparentadas. Trataré de explicarme, comenzando por la segunda:”
“¿Por qué no encuentra un jefe a ese alter ego? Creo que porque para que haya un “otro yo”, varios “otro yo” el jefe debe hacerle saber y sentir a sus subalternos que, en efecto, son “yo”, es decir, darles toda su confianza. El subalterno debe saber que el jefe depende totalmente de él porque lo considera capaz de hacer las cosas bien, tal como el jefe mismo las haría. Debe saber que el jefe pone en sus manos su nombre, su fama, su prestigio, su capacidad e incluso su liderazgo”. “Debe sentir que lo que él hace lo está haciendo el jefe, y que el jefe responderá por él si se equivoca. Debe sentir que en lo que su jefe le encomienda el jefe es él, esto es, el alter de ese ego. Pero esto implica que el jefe deje su ego en ese alter. Y que lo deje en serio: en lo que se le encarga, el alter tiene que estar seguro de que él es “el perro de adelante”; y que el jefe no se pondrá ni antes ni al lado de él, sino detrás; que el jefe lo seguirá en lo que le puso en las manos; que leerá lo que le encomendó escribirle; que se sentará donde decida el alter al que le encomendó diseñar el presidium; que sólo cuando el subalterno le diga que “esto debe resolverlo usted”, debe tomar el asunto en sus manos de jefe, etc”.
“Nadie se sentirá tu “otro yo” si le revisas todo, si le sospechas todo, si le desconfías, si acabas haciendo las cosas tú. Así nunca encontrarás todos los alter ego que hoy necesita un presidente del PAN. Y te ahogará el trabajo. Y sabrás todo, pero no presidirás. Y tendrás a tu gente en el temor, en la disciplina pero no en el entusiasmo ni en la creatividad. Y... tendrás que meterte en todo para que te hagan caso, porque tú no les haces caso a tus subalternos, y ellos saben que no cuentan, que tienen que esperar a que tú decidas, que les vas a cambiar las órdenes sobre la marcha, que no los consideras responsables”.
“Tu naturaleza, tu temperamento es ser desconfiado hasta de tu sombra. Si te dejas llevar por ése, entonces no te asustes de no contar ni con tu sombra: ella misma se dará cuenta que es sombra, pero que no es tuya; será sombra para sí, no contigo, no tuya. Dile al perro de adelante de cada uno de los trineos de tu flotilla que él es el único que ve un horizonte distinto. Tú tendrás así la mirada de todos los horizontes; no tendrás que verles las patas a todos, ni las correas a todos: serás el Can Mayor, vigía de todos los horizontes y patrón de todos los trineos. Presidirás: estarás sentado arriba. Desde allí, vigila y exige con suavidad; carga sobre ti los errores de ellos. Acertarás con ellos. El riesgo es que todas las fallas se te carguen a ti. La oportunidad es que los aciertos serán todos tuyos. Pero con este proceder, lograrás que tus subalternos serán tuyos contigo: no envidiarán tus medallas porque las sabrán de ellos; no te cargarán sus tropiezos porque los sabrán suyos. Serán uno. Crecerá el partido con el crecimiento de sus dirigentes. Serás su líder, la cabeza del cuerpo que sabrán y sentirán suyo; te sabrán su cabeza. Y esto es importante porque nadie te niega que eres cabeza y que tienes cabeza. Yo menos que nadie”.
“Diles qué quieres y para cuándo. No les digas ni te metas en el cómo y confía; corre el riesgo de confiar. Puedes hacerlo, porque en torno de ti no hay gente de mala voluntad y tampoco retrasados mentales. Sólo personas que tienen derecho a la oportunidad de ser ellas, de pensar por sí mismas, de correr el riesgo de equivocarse, de agradecer la oportunidad de acertar. Estoy seguro de que acertarán más veces de lo que imaginas. “A los hijos dice un refrán japonés hay que darles sólo dos cosas: raíces y alas”. Gibrán añade: “Nuestros hijos son flechas, nosotros somos arqueros. Nuestra responsabilidad es darles la tensión de la buena madera y la buena cuerda y el buen músculo, no hacerles el vuelo”.
“Perdona la intromisión. Un abrazo. Me voy con mi hijo mayor a Alemania. Voy a darle la última entrega de raíces, antes de que parta a volar con sus alas en octubre, cuando cumplirá dieciocho años. Espero tensar bien la cuerda por vez postrera, antes de soltarla para que parta esa amada flecha, ya sola en pos de su propia trayectoria y en busca de su propio blanco”.
“Hasta pronto, Jefe”
“Carlos Castillo Peraza”
Tomada de Excelsior, 23 de julio de 2009.
Castillo Peraza, conocía muy bien a Felipe Calderón y no se equivocó: su desempeño presidencial expresa los temores que dominan de manera permanente al presidente Calderón, su carácter irritable con sus críticos y la defensa que hace siempre de sus colaboradores, aunque éstos se equivoquen, porque en el fondo él asume como suyos los errores de su equipo cercano, porque él es, precisamente, el protagonista único del quehacer gubernamental y del activismo de su partido.
Calderón es desconfiado, sólo confía en el ejército y deja que los militares hagan su tarea, porque él no puede encabezar los operativos con la tropa.
Sólo delega en el ejército, porque sabe bien que le queda grande el uniforme de general comandante de cinco estrellas y por eso sólo actúa como vocero del mismo ejército.
Efectivamente, Calderón se mete en todo, lo mismo diagnostica una cirrosis hepática de una anciana en la sierra de Zongolica, que determina, también de manera rápida, de qué murió Michael Jackson.
Se asume como conocedor de los virus de la influenza y se convierte en un atento consejero de la salud. Se asume como el presidente del empleo, y presume que él sí tiene las manos limpias; da informes diariamente de los caídos en la batalla contra el narco, personalmente da condolencias públicas a los familiares de los ejecutados y a diario dice que va ganando la batalla. Siempre personaliza la función presidencial y evita que los expertos de su gabinete, si es que existen, opinen de lo que conocen.
En materia económica minimiza las crisis mundiales, desmiente al INEGI y da órdenes al Banco de México.
Efectivamente, el trabajo lo ahoga, termina siempre haciendo la tarea y lo hace mal y por eso le va mal, pero no únicamente a él, sino a todos los que gobierna.
Calderón no confía en nadie, sólo en el ejército y la televisión, no confió en el Congreso, ni aún teniendo mayoría, ahora que la perdió, menos lo hará.
El diagnóstico está a la vista: Calderón desconfía de sus colaboradores y los mexicanos desconfían de él. Este es el problema real: no ha sido capaz de generar confianza en las instituciones, en sus acciones ni en sus decisiones de gobierno.
¿Cuánto más va a aguantar el país a Calderón?
www.aproposito2004.blogspot.com
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