domingo, 7 de junio de 2009

A PROPÓSITO DE LA POLITICA

Articulista invitado,

Opinión del experto

José Elías Romero Apis

El aroma de la mujer bonita

“Hace más de cuarenta años, siendo aún muy joven, me encontraba platicando con el ilustre ex presidente de México, Miguel Alemán Valdés. La conversación se dio en su despacho-biblioteca una cálida mañana de Cuaresma. La fraterna amistad que el inteligente político sostenía con mi padre, desde sus años preparatorianos, lo inducía y le permitía tratarme patriarcalmente. Ello siempre fue, para mí, un privilegio muy benéfico y muy honroso porque, de esa manera, y gracias a ello, siempre me obsequió muy buenos consejos y muy provechosas enseñanzas.

Por aquel entonces había yo logrado ganar, por vez primera, un concurso estudiantil de oratoria y empezaba a ser notoria mi interna pero firme vocación por la política. Quizá por esas razones, el ex Presidente de los mexicanos consideró que había llegado el momento de hacerme algunas advertencias que me sirvieran para tomar las decisiones sobre el rumbo de mi vida. Muy especialmente cuando se trata de algo tan complejo, tan impredecible y tan difícil como lo es la vida de un político.

Desde luego que un discurso lleno de elegancia, pero sumergido en profundidades filosóficas, hubiera sido críptico e inservible para un jovencito que apenas rebasaba los quince años. Por eso resolvió servirse de una inteligente parábola que me sería entendible. Es oportuno aclarar que mi mentor estaba al tanto de que ya me encontraba en edad y en el ejercicio de mi varonía plena.

Para comenzar con la enseñanza de esa mañana, me dijo que la política era como una mujer. Que, como toda mujer, estaba equipada con algunas cualidades y virtudes y estaba atrofiada con algunos vicios y defectos.

Primero, quiso referirse a sus imperfecciones. Me dijo que era una mujer celosa que no tolera nuestros devaneos y distracciones. Que era una mujer absorbente que nos demanda lo que más puede de nuestro tiempo y de nuestra atención. Que era una mujer interesada que más nos prefiere cuando estamos mejor. Que era una mujer ambiciosa que nos exige que le entreguemos y le invirtamos casi todo lo que tenemos. Que era una mujer infiel que a nuestro menor descuido nos hace pendejos. Que era una mujer ingrata que con frecuencia desconoce nuestras entregas y sacrificios. Que era una mujer cruel que nos daña sin que lo merezcamos.

Aquí hizo una pausa, dio un sorbo a su café y en silencio me contempló unos instantes. Con esas credenciales pensé que lo más sensato sería alejarse de la política lo más que me fuera posible. Que una mujer que, bajo el mismo vestido y dentro de la misma piel, pudiera depositar todo aquello, resultaba un verdadero costal de estiércol. Que aquella que mezclara dentro de sí la celosía, la absorbencia, el interés, la ambición, la infidelidad, la ingratitud y la crueldad sería como una churumbela de siete gemas negras a cual más de filosa, de hiriente y de peligrosa.

Pero mi perceptivo y muy sensible maestro debe haber notado mi desazón, porque me invitó a que yo también probara mi café. Me esperó en silencio y, acto seguido, continuó con un segundo capítulo.

Ahora bien, dijo, esa mujer tan llena de atrofias tiene muy pocas cualidades. Quizá sólo tenga una o dos que debes tomar en cuenta. La más importante es que es muy bonita. Es la mujer más bonita que pudieras llegar a conocer o a imaginar. Todas sus líneas son impecables. Todas sus proporciones son perfectas. Tan sólo el verla es un gran placer para muchos. Tocarla es todo un privilegio.

Pero las ocasiones en que un mortal puede abrazarla, besarla y morderla, bastan para justificar toda una vida, aunque seamos conscientes de su volubilidad, de su inconstancia y de su insinceridad para con nosotros. Sentir que uno mismo es su elegido, aunque sea temporal, justifica toda nuestra existencia. Imaginar que se quedará con nosotros para siempre es toda una esperanza. Por esas noches en su lecho y en sus brazos, aunque tan sólo sean unas cuantas, pierden importancia todos los esfuerzos y sacrificios que sufrimos en el ayer y todos los abandonos y soledades que sufriremos en el mañana.

Esos instantes de poder, de fama y de luz son el afrodisíaco más erótico y más orgásmico que pueda existir. En ello reside otra de sus virtudes. La de la exclusividad. Ese placer sólo lo puede producir esa mujer, que se llama la política, y ninguna otra.

Un nuevo silencio, otro sorbo y una mirada más. Después de ese vuelco de entusiasmo creo que me sintió reestablecido y consideró que habría que lanzarse en un tercer capítulo. Aquel en el que todo verdadero maestro deja de contentarse con las explicaciones, con las definiciones y con los diagnósticos para entrar de lleno en las recomendaciones.

Por eso, mi joven amigo y futuro político, ni la sobrestimes ni la mal juzgues. No te entregues con ella ni a las alegrías ficticias ni a las tristezas pasajeras. Cuando se te entregue disfrútala, pero sin olvidar que mañana estará en los brazos de otro. Que no te vaya a lastimar porque cambió de nido. Que no vayas a agredir a tus amigos porque, después de ti, se fue a entregar a ellos. Es muy posible que, cuando llegó a tu alcoba y a tu vida, también traía en la boca el sabor de un amigo tuyo que ni se enojó ni te ofendió por ello. Conserva, en esos momentos, tu seriedad, tu serenidad y tu seguridad.

Pero, también, cuando se te esconda y te humille piensa que quizá la noche de mañana esté implorando tus besos. Que si hoy te prometió llegar y te dejó esperando, así lo hizo con otros cuando corrió hacia ti y no sería raro que lo volviera a hacer porque se acuerde que todavía hay algo que le faltó disfrutar contigo. Por eso, puedes estar seguro de que no se va a entregar eternamente a uno solo. Ella es de todos y es de nadie.

Quizá dentro de cuarenta años, dijo para concluir, recuerdes esta conversación. No sé si en ese entonces ella esté viviendo en tu cama pero no me cabe duda de que, para entonces, ya habrá dormido muchas noches abrazada por ti. Estoy seguro de que ya podrás llenar todo un diario íntimo y personal con cada una de sus tiernas caricias, de sus fuertes abrazos y de sus ardientes besos.

Cuando El-Señor-Ex-Presidente-de-la-República llegó hasta aquí pensé que ya había concluido y siempre he tenido la impresión de que así habría sucedido. Debo aclarar que, a pesar de mi corta edad, estaba consciente de que, en la envoltura de un lenguaje romántico y poético, se me había obsequiado una lección de las más crudas, realistas y terrenales que he escuchado en la vida. Estando en eso vino lo que todavía no sé si fue un epílogo o un encore.

Me olvidaba decirte algo muy importante, exclamó.

Como sucede con todas las mujeres, esta también tiene instantes de esplendor y tiene otros deplorables frente a los que tienes que estar prevenido para calcular tus distancias.

Hay momentos en que la mujer está plena de fragancia, de limpieza y de brillo. Que ha tomado sus baños con aguas aromáticas. Que se ha agregado esencias y bálsamos. Que su piel está húmeda, sus cabellos peinados, su boca aromática, sus ojos límpidos, sus uñas pulcras y sus humores remitidos. Esos son los momentos para acercarse sin el riesgo del asco.

Pero, prosiguió y me dijo, que hay otros momentos nauseabundos que invitan a la basca. Que son los momentos en que esa preciosa mujer que se llama la política está llena de mugre, de fetidez y de pestilencia. Que le asoman el sudor, los mocos y las lagañas. Que su pelo está desgreñado, sus dientes sucios y sus uñas ennegrecidas. Que sus únicos olores son los de su halitosis, los de sus fecalidades y los de sus calamidades propias de mujer. En esos momentos, me dijo con enérgica advertencia, no debes acercarte a la política por bella y por seductora que ella sea. Por más que te invite, por más que suplique ni por más que te pague.

Estas últimas palabras del ex presidente de México no las había recordado en muchos años. Pero los acontecimientos políticos mexicanos de los últimos tiempos me las han traído a un inevitable pero muy oportuno recuerdo.

Qué bonita es la política pero que feo huele hoy.

Tan solo me resta una duda, aunque no sé si me corresponda resolverla a mí o ello ya le corresponda a mis hijos. Si frente a esa beldad que es la política debe uno resignarse a aceptar, sin resistencia, los tiempos que son para acercarse y aquellos que son para distanciarse o, por el contrario, si cuando está tan mugrosa tenemos también la obligación de limpiarla para reinstalarle su plena dignidad.

Me inclino a creer que esto último es lo acertado. Que aunque no es exclusiva de nadie y precisamente por ser una mujer de todos, todos tenemos la obligación de entregarla limpia después de usarla o, de lo contrario, todos nos vamos a manchar, todos nos vamos a apestar, todos nos vamos a contagiar, todos nos vamos a enfermar, todos nos vamos a envilecer y todos nos vamos a destruir.” Tomado de Excelsior los días 4 y 5 de junio de 2009.

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